Siempre decían: esto lo hacía tu tatarabuela

No conocí a mi tatarabuela Isabel.
Nunca la vi, nunca la escuché hablar, nunca estuve a su lado.

Y, aun así, crecí rodeada de ella.

Su nombre aparecía en frases sueltas, casi sin darse importancia.
Cuando alguien cocinaba de cierta manera.
Cuando se repetía un gesto concreto.
Cuando una costumbre parecía venir de muy atrás.

«Esto lo hacía tu tatarabuela.»

Así fue como la conocí yo.
No a través de fechas ni documentos,
sino en lo cotidiano.
En lo que se repetía sin saber muy bien por qué.

No sé cómo era su voz,
pero sé cómo hacía las cosas.
No sé qué pensaba,
pero sé qué dejó.

Con el tiempo entendí que hay personas que no necesitan estar presentes
para seguir formando parte de una familia.
Que viven en los hábitos,
en las rutinas heredadas,
en las frases que pasan de generación en generación.

Este homenaje es para mi tatarabuela Isabel,
a la que no conocí,
pero que estuvo siempre
sin que nadie tuviera que explicármelo del todo.

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