La tía Amelia

En mi familia siempre se habló de la tía Amelia.
Aunque oficialmente era hermana de mi bisabuelo, en realidad tenía casi la misma edad que mi abuela.
Mi bisabuelo era el mayor de diez hermanos, y ella la más pequeña.
Por eso yo crecí escuchando que mi abuela “se crió con Segunda” como si hubieran sido hermanas.

La conocí ya muy mayor.
Recuerdo su voz suave, siempre diciendo “pasa, hija”, incluso cuando ya no sabía muy bien quién entraba por la puerta.
Tenía una manera de mirar que daba paz, como si te reconociera desde dentro.

Nunca se casó, y tampoco tuvo hijos.
Vivió toda su vida entre la casa familiar y las casas de sus hermanos, ayudando donde hacía falta:
cuidó sobrinos, acompañó enfermedades, preparó comidas sin avisar, dejó puertas abiertas para que nadie durmiera solo.

Mi abuela decía que Amelia tenía un don:
“no hacía ruido, pero movía el mundo”.

Cuando había un problema, era la primera en aparecer.
Cuando nacía un niño, ya estaba ella con una bolsa de ropa planchada.
Y cuando alguien lloraba, sabía sentarse al lado sin preguntar nada, hasta que el silencio hacía su trabajo.

Yo era pequeña, pero recuerdo cómo me acariciaba la cabeza cuando pasaba a su lado,
y ese gesto se me quedó pegado para siempre.
Era la forma que tenía de decir “estoy aquí” sin decirlo.

Murió con más años que nadie en la familia, tranquila, en su cama.
No dejó cartas ni propiedades ni fotografías apenas.
Dejó algo mejor:
el recuerdo unánime de que fue el corazón silencioso de toda una generación.

Y yo, doy gracias por haberla conocido siquiera un poquito.
Porque hay personas que no tienen hijos,
pero dejan familia en cada vida que tocan.

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios