La frase prohibida en casa de la abuela Pilar

En casi todas las fotos antiguas de mi familia falta alguien:

mi abuela Pilar.

 

No es que no estuviera.

Es que, cada vez que sacaban una cámara, decía su frase de siempre:

 

—A mí no me hagáis fotos, que estoy vieja y fea.

 

Y se apartaba un poco, o se quedaba al borde, medio cortada.

De niños nos hacía gracia.

De mayores empezamos a darnos cuenta de lo que eso significaba.

 

Pilar había pasado una posguerra dura, una vida de trabajo y poco espejo.

No se veía bonita, no se sentía importante.

Creía que las fotos eran “para los jóvenes”

y que ella “estorbaba” en las imágenes.

 

Cuando murió, buscamos fotos suyas para el velatorio.

Había muchas de bodas, comuniones y fiestas familiares…

pero en casi todas salía de lado, borrosa, girada,

o directamente no aparecía.

 

Ese día mi madre dijo una frase

que se ha quedado grabada en la familia:

 

—De ahora en adelante, aquí hay una frase prohibida:

“No me hagáis fotos.”

 

Porque nos dimos cuenta de que las arrugas que ella no quería enseñar

eran justo lo que más necesitábamos guardar:

sus manos gastadas de tanto fregar,

su delantal siempre manchado de harina,

su forma de reír con la cabeza hacia atrás.

 

Hoy, cuando algún mayor de la familia murmura

“quita, que ya estoy muy feo para fotos”,

siempre respondemos lo mismo:

 

—No. Estás exactamente como queremos recordarte.

 

Pilar no dejó grandes bienes,

pero dejó una lección que se ha vuelto norma en casa:

las personas que dicen que “sobran” en las fotos

son, casi siempre,

las que más necesitamos que salgan en ellas.

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