El abuelo que lo guardaba todo

En mi familia siempre se habla de mi abuelo —aunque él nunca entendió por qué—, porque tenía una costumbre que hoy nos hace reír… y un poco llorar. 

Lo guardaba TODO.

Los cordones “por si un día hacían falta”.

Los botes de cristal “porque siempre viene bien uno”.

Las bolsas dobladas mil veces.

Los tornillos sueltos que encontraba por la calle.

Las pilas “a medio gastar”.

Los papeles de envolver.

Las llaves que no abrían nada.

Las tapas de los yogures para los gatos del barrio.

Todo.

De pequeño me desesperaba.

Abrías un cajón y era un universo de cosas imposibles.

Él decía siempre lo mismo:

—No lo tires, hombre… por si sirve.

Años después, cuando él ya no estaba, nos tocó vaciar su casa.

Y ahí lo entendimos todo.

Entre los cajones había un sobre con mi nombre, con entradas de cine de cuando yo era niño, un dibujo que le hice con cinco años, y el ticket de la primera vez que me llevó a comer fuera “como mayores”.

Mi madre encontró otro para ella.

Mi tío, otro.

Mi abuela, otro.

Todos guardados con la misma frase escrita detrás:

“Las cosas no son cosas. Son momentos.”

Ese día comprendimos que mi abuelo no era un hombre que acumulaba cosas.

Guardaba recuerdos.

Guardaba personas.

Ahora, cada vez que estoy a punto de tirar algo, me viene su voz:

—No lo tires todavía… por si sirve.

Y no sé si servirá, pero a mí me sirve para recordarlo.

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios