La tía Isidora

En mi familia hubo una persona de la que casi no se habla: mi tía abuela Isidora.

Vivía en una habitación alquilada, no tenía marido ni hijos, y trabajó toda su vida cosiendo botones en una fábrica.

Nadie sabe bien cómo, pero en todos los cumpleaños, todos, siempre llegaba con un paquete pequeño envuelto en papel de periódico.

Nunca fue un regalo caro: un estuche, una cinta para el pelo, una bolsita de caramelos… pero siempre traía algo.

Años después supimos la verdad: no tenía dinero.
Ella misma hacía los regalos con lo que encontraba.
Las bolsitas de caramelos las rellenaba una a una, el estuche lo cosía ella, y el papel de envolver era de la tienda donde limpiaba por las noches.

Cuando murió, en su mesita encontraron una lista escrita a lápiz: “Cumpleaños del año que viene.”
Y al lado, un objeto para cada sobrino:
“braga de cuello — color azul”
“caramelos — para Tomás”
“cinta roja — para la niña”.

Mi madre dice que Isidora no dejó bienes, pero dejó algo que vale más: la costumbre de regalar aunque se tenga poco.

Yo creo que dejó otra cosa: la prueba de que hay vidas pequeñas que sostienen familias enteras.

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios