Los abuelos del barco

Mi abuela siempre contaba que su padre se embarcó sin billete.

Tenía apenas veinte años y la guerra ya lo había dejado sin casa ni trabajo.

Dicen que se coló en el puerto de Cádiz con una pequeña maleta, y se escondió entre los sacos de harina de un carguero que salía hacia América.

No buscaba fortuna, buscaba empezar de nuevo.

Dejó atrás a su madre y a una hermana pequeña, prometiendo que algún día volvería por ellas.

No lo consiguió, pero escribió cartas cada mes, que su familia guardó como si fueran reliquias.

En el barco trabajaba de lo que podía: limpiaba cubiertas, ayudaba en la cocina, y a veces tocaba una vieja armónica para los marineros.

Fue así como conoció a otros que, como él, huían del miedo.

Entre todos formaron una especie de familia improvisada, hecha de historias compartidas y del deseo de sobrevivir.

Años después, en América, levantó una vida desde cero.

Aprendió un oficio, se casó y tuvo tres hijos.

Nunca volvió a España, pero enseñó a sus nietos a cocinar tortilla y a cantar coplas que ya nadie recordaba allí.

Hoy, su bisnieta dice que cuando ve el mar siente algo especial, como si él siguiera ahí, escondido entre las olas, esperando el momento de volver a casa.

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