Felipe Baldor, maestro fundidor de La Cavada

Su nombre apareció en un registro de 1814:
Felipe Baldor, maestro fundidor de la Real Fábrica de Artillería de La Cavada, en los valles de Liérganes, Cantabria.

Al principio era solo un nombre entre papeles viejos, pero poco a poco empezó a tener rostro.
Imaginé sus manos ennegrecidas por el hierro, el calor del fuego reflejado en las paredes de piedra, y el ruido constante de los hornos, como un corazón latiendo bajo tierra.

Felipe pertenecía a una de aquellas familias de origen flamenco que, siglos antes, habían llegado a estas montañas para levantar la fábrica de cañones más importante del imperio español.
Muchos se quedaron para siempre, y entre ellos, los Baldor echaron raíces.

En los registros se dice que era un hombre respetado, de carácter firme y pocas palabras.
Dirigía a sus aprendices con la calma de quien conoce el oficio y entiende que el hierro, como la vida, necesita tiempo y fuego.

Cuentan que cuando cerró la fábrica, Felipe se negó a abandonar el valle.
“Mientras el río siga sonando —decía—,aquí quedará algo de nosotros.”

Hoy, dos siglos después, su descendiente camina por las ruinas de los hornos,
escucha el agua correr entre los muros cubiertos de musgo,
y siente que aquel fuego no se apagó del todo.

“Mi familia nació del hierro y del esfuerzo. No hicieron historia en los libros, pero la escribieron con las manos.”

Y este homenaje es para él, para Felipe Baldor, el maestro fundidor que convirtió el fuego en legado.

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