Mi bisabuela Carmen no fue conocida por grandes cosas, pero todo el mundo en el pueblo decía que tenía unas manos mágicas.
No porque adivinara el futuro, sino porque cosía como si cada puntada tuviera memoria.
Durante años trabajó arreglando ropa para familias enteras.
Guardaba un pequeño trozo de cada prenda que hacía, “para acordarme de quién la llevó”, decía entre risas.
En su casa siempre había una cesta con hilos, agujas y un olor a jabón y plancha.
Cuando falleció, sus hijos encontraron una caja llena de retales:
flores, rayas, cuadros…
Fragmentos de toda una vida, cosidos con paciencia y cariño.
Su bisnieta dice que todavía conserva esa caja.
A veces la abre, pasa los dedos por las telas y piensa que, de algún modo, su bisabuela sigue uniendo a la familia con hilo invisible.
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