La fuerza de Rosalía

En una pequeña aldea de Lugo, entre montes y caminos de piedra, Rosalía quedó viuda con seis hijos pequeños y una tierra que apenas daba para sobrevivir.

Su marido había muerto en el mar, en una de esas noches en que el temporal arrasaba hasta las redes más firmes.

Dicen que cuando recibió la noticia, no lloró delante de nadie: solo se ató el pañuelo a la cabeza y salió al campo, decidida a seguir.

Durante años se levantó antes del amanecer para encender el fuego, ordeñar la vaca y trabajar la huerta.

Vendía leche, huevos y pan en el mercado de Mondoñedo, caminando más de una hora con una cesta al hombro.

Nunca volvió a casarse. Decía que el amor se le había quedado en el mar.

Sacó adelante a sus hijos uno a uno. Algunos emigraron a La Habana, otros a Buenos Aires.

Cuando llegaban cartas, las leía en voz alta frente al fuego, aunque muchas veces no entendía lo que decían: lo importante era escuchar sus nombres escritos en papel.

Murió con las manos llenas de tierra y una foto gastada de su marido en la mesilla.

Y cada vez que el viento sopla desde el norte, quienes la conocieron dicen que todavía se oye su voz llamando al ganado entre la niebla.

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios