Las manos del oficio

Trabajó toda su vida en el mismo taller, desde que era apenas un adolescente. Aprendió de su padre a moldear el hierro y a tratarlo con respeto, como si cada pieza tuviera su propio carácter.

Las suyas eran manos curtidas, llenas de cicatrices, pero también de precisión. Podía reparar lo que otros daban por perdido, y cada encargo lo asumía con una paciencia que hoy parece de otro tiempo.

Nunca conoció la jubilación: el taller era su refugio.

Cuando murió, su banco de trabajo quedó igual que lo dejó: las herramientas ordenadas, un tornillo a medio ajustar y una taza de café frío.

Su nieta, que hoy trabaja en restauración, dice que cada vez que usa una lima, siente que lo sigue escuchando detrás.

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios