La colcha azul

Cuando murió su madre, Teresa no quiso quedarse con joyas ni vajillas.
Solo pidió la colcha azul.
Era la misma que había estado sobre la cama de matrimonio durante toda su infancia, la que olía a jabón y a sol después de secarse en el tendedero.

Durante años la guardó doblada en un armario, sin usarla.
Hasta que un invierno especialmente frío decidió sacarla.
Al extenderla sobre su cama, notó cómo el tejido áspero aún conservaba la forma de las puntadas.
Su madre la había cosido a mano, cada tarde, después de trabajar en la fábrica.

Teresa se dio cuenta de que aquella colcha no era solo una manta: era tiempo acumulado, horas de cansancio y de cuidado.
No dijo nada.
Solo apagó la luz, se cubrió con ella y durmió como cuando era niña.

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