La promesa en la guerra

Cuando estalló la guerra, él apenas tenía veinte años. Antes de marcharse, prometió a su esposa que volvería para plantar juntos los rosales del patio, los mismos que habían cuidado desde que se casaron.

Durante meses, ella recibió sus cartas, cada una más breve que la anterior, hasta que un día dejaron de llegar.

Nunca volvió, pero ella siguió regando aquel rincón del jardín, convencida de que, de algún modo, él aún estaba allí.

Con el tiempo, los rosales se convirtieron en su manera de hablar con él. Cuando florecían, era como si cumpliera por fin su promesa.

Décadas después, su nieta llevó un esqueje de esos rosales a su propia casa, para que la historia no se marchitara nunca del todo.

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